Disparen contra los contenidos
Tecnologías, formatos y marketineros toman la posta; mensajes, en segundo plano
Domingo 19 de agosto de 2007 | Publicado en la Edición impresa La Nación
Cada vez que la tecnología avanza a borbotones, los contenidos sufren. La aparición aluvional de nuevos y sofisticados dispositivos opaca forzosamente lo que llevan adentro. El creciente embelesamiento por los vehículos que transportan información y entretenimientos es tal que al conjuro del aparataje deslumbrante, la velocidad supersónica de procesamiento, la versatilidad de los equipos y las multifunciones asombrosas que brindan, el mensaje que, se supone, llevan en sus entrañas importa cada vez menos. Finalmente la profecía de Marshall McLuhan -"el medio es el mensaje"- viene a cumplirse acabadamente 40 años después de realizada. Ahora interesa mucho más cuán rápido (y vistoso) se transmite algo que el contenido en sí. A nadie le interesa ya "ir al fondo de la cuestión" (a estas alturas, una verdadera antigüedad), sino qué tan bien luce, qué efectos y sensaciones provoca y cómo se puede repotenciar con otros mecanismos de difusión. Pierde poder y trascendencia el trabajo intelectual o periodístico al estar fuertemente contaminado y condicionado por agresivas técnicas publicitarias, marketineras y de venta, que lo atomizan y que le exigen volverse más insustancial, oportunista y veloz."Cada vez hay mayor producción de contenidos", dice el experto norteamericano Al Lieberman, que en estos días dicta su programa de entretenimiento y medios a entusiastas representantes de empresas de comunicación locales y de otros países, en la Universidad de Palermo, en el que también participó LA NACION. "La industria del entretenimiento hoy tiene un volumen de negocios de 1.360.000.000 de dólares", asombra Al Lieberman con una cifra de difícil lectura. Nótese cómo la materia prima de los medios -lo que se cuenta, lo que se informa, lo que se muestra- hoy apenas es, según el catedrático norteamericano, una de las cuatro "C" en las que se asienta esa industria: contenido, canal, consumo y convergencia. "Hay que analizar -advierte- estos cuatro pilares para entender todo el negocio" (la palabra "negocio" compite de igual a igual en su persistente repetición con la palabra "producto"). Evidentemente los contenidos -en los medios, el teatro, el cine y la música- no son la noticia del momento. Es que son tantas las novedades técnicas que se precipitan a su alrededor que formatos y dispositivos de transmisión, en constante mutación, ocupan el centro de la atención y exponen a las industrias culturales a una muy inestable creatividad y a una mayor permeabilidad entre unas y otras que antes no se registraba y ahora se alienta. "En el mundo hay 3000 millones de celulares, 2500 millones de televisores, 1000 millones de PC, con 1200 millones de usuarios de Internet", sorprende Guillermo Rivabén, director de marketing de Telecom Personal, al informar que el celular desplazó a la TV como el aparato de comunicación más popular de este planeta. Camilo Kejner, presidente de EMI Music Sudamericana, revela que la industria del disco perdió en los últimos diez años el 25 por ciento de su facturación por culpa de la piratería y de la veloz migración de sus productos del soporte físico al digital. "El consumidor -prefiere llamarlo así al espectador Ezequiel Abramzon, director de Digital Media Latin America, una de las tantas compañías Disney- vive en mundos virtuales. Por eso, tenemos que producir contenidos en múltiples plataformas", recomienda. "El desafío de las empresas de telefonía consiste en convertirse en un proveedor integral de comunicaciones", avisa Simón Battiferri, de Telecom. Todas estas noticias juntas inducen a otro tipo de relaciones con los medios tradicionales y con los nuevos que emergen. "El país tiene 40 millones de habitantes -arremete Adrián Herzcovich, de Fox Latin America-, 10 millones de hogares tienen TV. De ese número, cerca del 60 por ciento accede a la TV paga. Comparemos esto con los 9 millones de teléfonos fijos y 3 millones de celulares. Ese es el universo en el cual generamos nuestros contenidos." Ester Feldman, de la productora Underground, en tanto, marca un sugestivo contraste televisivo: "Si nuestros contenidos son de tan buena calidad técnica y conceptual como para ser exportados, ¿por qué a la hora de competir en el segmento más significativo de la grilla, éstos eligen formatos foráneos?" (en alusión directa a Gran Hermano y a "Bailando por un sueño"). Diego Romay, dueño del teatro El Nacional, en cambio, elige ponerle números al negocio teatral. "Incluidos recitales y espectáculos masivos -apunta-, aumentó de 40 millones de pesos en 2001 a 340 millones el año pasado. Los 20 teatros comerciales de la Capital tuvieron ingresos por 110 millones en 2006, de los cuales 70 millones se reparten entre los tres más grandes: Gran Rex, Opera y Luna Park. En este contexto, los 17 teatros restantes de la Capital Federal reciben 2,2 millones al año, en promedio, de los cuales el 15 por ciento se lo lleva el dueño del contenido, 30 se lo lleva la sala y el resto se va en publicidad y gastos fijos." Durante miles de años la oralidad directa, sin posibilidad de ser reproducida por medios técnicos, dominó la vida humana. Apenas poco más de cuatro siglos duró el monopolio de la letra escrita. Desde fines del siglo XIX a mediados del XX la irrupción de nuevos y potentes medios de expresión y comunicación -en orden de aparición: la fotografía, el cine, la radio y la TV- aceleraron el ritmo, pero nada de todo lo anterior se compara con el vértigo de los últimos veinte años, en los que la expansión del cable, la irrupción colosal de Internet, la revolución telefónica y la tromba digital siguen modificando, minuto a minuto, el escenario donde confluyen discursos y estéticas. Con tanta turbulencia que no se apacigua, los contenidos obviamente sufren, y sufrirán aún más. Los formatos más sofisticados y la tecnología de mayor avanzada harían bien en notificarse a tiempo de que, sin aquéllos, son pura chatarra.
Por Pablo Sirvén